Adriana Potel (WWP): exportando fuera de Israel el activismo por la paz

Adriana Potel tiene 58 años, pero habla con el entusiasmo y la ilusión de una joven activista que sueña con cambiar el mundo. Nacida en Buenos Aires, fue educada en una tnuá (movimiento) sionista, algo tan habitual entre la juventud judía latinoamericana. “En 1978 acabé mudándome a Israel. Llegué al ulpan (escuela de idioma) del kibutz Gan Shmuel e hice el ejército. Por cosas de la vida, volví a Argentina ocho años después”, cuenta a Aurora. Tanto física como mentalmente, Potel vive dividida entre los aeropuertos de Ezeiza y Ben Gurion.

Tras un periodo viajando como mochilera, se reinstaló en Argentina, se formó en materias de terapias en grupo, se casó y tuvo 2 hijos. “En el 2000, nos trasladamos a Israel, y volví como mamá. Fue mi segunda versión”, explica sobre su nuevo inicio en el Kibbutz Sarid. Sus hijos se escolarizaron aquí, y “la inyección de judaísmo e identidad vino durante este paso por Israel. Fue muy fuerte para ellos, y muy importante para nosotros como padres”.

Potel se reconoce enraizada y comprometida con Israel. Pero en 2004 volvió a su país natal, esta vez para afincarse en un pueblito a 200 kilómetros de Córdoba. Sin calles asfaltados o semáforos, y por supuesto sin vida judía comunitaria organizada. Se dedicó a trabajar en activismo contra la violencia de género, y se involucró en organizaciones feministas. “En las comunidades judías en la diáspora, y es algo que está en el ADN de nuestro pueblo, creemos en la comunidad. Y lo grupal es comunitario”, reflexiona. Y prosigue: “mi trabajó me llevó a eso, a crecer en grupo. Sin saber lo que era, mi madre me inculcó el feminismo, fue un modelo que me dejó ser, y me dio alas para volar”.

Adriana Potel en un evento en Israel mostrando las piezas de la «Alfombra de la Paz».

Siempre alineada con organizaciones en defensa de los derechos humanos, se involucró en ayudar a chicas que pasaron terribles traumas de abusos sexuales. “Hace muchos años vivo una realidad de vulnerabilidad de derechos y mucha desigualdad”. Pero seguía echando en falta la conectividad judía: por ejemplo, no disponían de compañía para celebrar el pasado Seder de Pesaj. “¿Cómo mis hijos no iban a disfrutar de los campamentos del Noar? ¡No basta con la naturaleza!”, exclama. Por ello, se desplazaban 200 o 300 kilómetros para llevar a sus hijos a los campamentos y “mantener el vínculo con Israel y el judaísmo”. El vínculo se consolidó: su hija trabaja en educación judía en Córdoba; su hijo vive definitivamente en Israel.

 

GUERRA Y PAZ

En un continente donde la izquierda se suele identificar con postulados anti-Estados Unidos – y en consecuencia anti-Israel-, a Potel se le hacía complicado reivindicar su condición de judía en su vida diaria por “tener que estar dando constantemente explicaciones. En la diáspora nos vemos con la necesidad de explicar lo que hace Israel, como si yo fuera la responsable. Intento hacerles ver que, como en todo el mundo, hay diferencia entre el gobierno y el pueblo”, argumenta.

Estalló la guerra de Gaza en 2014. Y su hijo estaba en Israel. “Por primera vez sentí la soledad de no tener con quien compartir esa angustia. Estaba todo el día con mi marido conectados al ordenador para recibir noticias, solo ahí encontrábamos acompañamiento”.

Y en esos días críticos, abrió Facebook. “De repente encontré a las mujeres de Women Wage Peace (Mujeres activan por la Paz, WWP). Cada palabra de lo que escribían era lo que yo sentía. Fue como dos buenas amigas que se conocen: mi activismo acá, con mi mundo allá en Israel. Fue un momento muy importante en lo personal”, apunta la activista. WWP se presenta como un movimiento de mujeres judías y árabes apolíticas, procedentes de sectores diversos de la sociedad, cuya única misión es lograr que los políticos de ambos bandos retomen las negociaciones de paz para poner fin al conflicto entre israelíes y palestinos.

En 2017 formó parte de uno de los grandes eventos del grupo de mujeres en Israel, el «tren de la paz», que agrupó a activistas en paradas de todo el país para celebrar un evento en Beit Shean. “Me pareció muy importante, creía que era necesario difundirlo. Encontré mi camino: a mis amigas, a las que nunca podía hablarles de Israel, les explicaba sobre este movimiento y les cambiaba la cara. Podían empezar a escuchar”, dice Potel.

 

INTERNACIONALIZAR LA CAUSA

“Me parece vital hacer llegar el mensaje al exterior. Antes de llegar a Israel (hace dos semanas), estuve en Sevilla, donde se convocó un evento de mujeres resistentes en situaciones conflictivas. Había mujeres de Colombia, Sáhara o El Salvador, y me dije: WWP tiene que unirse a estos grupos porque hay una fuerza tremenda”, explica Potel.

Hizo el símil con los duros tiempos de la dictadura militar en Argentina, cuando nadie tomaba en cuenta las reivindicaciones de las Abuelas de la Plaza de Mayo: “al principio, solo tuvieron apoyo del exterior. Hoy, después de 40 años, son todo un referente, y no podemos imaginar Argentina sin ellas”.

Adriana Potel (izq) en un encuentro con mujeres activistas de WWP en Israel.

Potel exportó la movilización por la paz. Empezó a promover actividades, tanto dentro como fuera de la comunidad judía argentina. Una de las iniciativas fue el “Shatiaj Hashalom” (alfombra por la paz), tejida en colegios, residencias por la tercera edad y otras comunidades, no necesariamente vinculadas a Israel o el judaísmo. El momento más emotivo fue cuando un grupo de jóvenes refugiadas de Siria decidieron aportar su grano de arena y tejer la alfombra. “Fue una travesía que me conmovió. En Israel lo agradecieron y valoraron. Abre caminos, y la gente necesita estos grupos que hablen de encuentro, aceptación y otras lógicas de resolver conflictos”, concluye.

 

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